Era un
inmenso campamento al aire libre.
De las
galeras de los magos brotaban lechugas cantoras y ajíes luminosos, y por todas
partes había gente ofreciendo sueños en canje.
Había quien
quería cambiar un sueño de viajes por un sueño de amores, y había quien ofrecía
un sueño para reír en trueque por un sueño para llorar un llanto bien gustoso.
Un señor
andaba por ahí buscando los pedacitos de su sueño, desbaratado por culpa de
alguien que se lo había llevado por delante: el señor iba recogiendo los
pedacitos y los pegaba y con ellos hacía un estandarte de colores.
El aguatero
de los sueños llevaba agua a quienes sentían sed mientras dormían. Llevaba el
agua a la espalda, en una vasija, y la brindaba en altas copas.
Sobre una
torre había una mujer, de túnica blanca, peinándose la cabellera, que le
llegaba a los pies. El peine desprendía sueños, con todos sus personajes: los
sueños salían del pelo y se iban al aire.
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